martes, 30 de agosto de 2011

De paseo por la muerte


Todos los días los medios hablan de la muerte. En todo pueblo y ciudad está su cementerio donde habita en todas sus modalidades. Aquí todo es un misterio, empezando por la vida y terminando por la muerte. Nada sabemos de la muerte. Lo que sí sabemos es que es el gran temor de la vida. Muchos dicen saber a dónde van, como si la muerte fuera un lugar. Otros creen que es el fin de todo, cuando es posible el principio de una eternidad. Algunos la describen como lo más oscuro que tiene el hombre. Para otro es una gran señora: El vestido le estaba tan apretado que casi le estallaban las costuras. Demasiados batidos de chocolate. Llevaba unos tacones tan altos que parecían zancos. Caminaba como un borracho contoneándose por la habitación. Un glorioso vértigo de carne; dice Bukowski.
 
No acostumbro visitar los cementerios, me parece que es allí donde está la gran división social. Hasta en la muerte hay estratos, siempre queriendo lucir el mejor ataúd, el mejor lugar, el nombre más brillante, el ramo de flores más voluminoso; esto de parte de la familia, porque el muerto ya abandonó su cuerpo y pasó a un plano más etéreo, donde decidir en lo mundano le queda como difícil. Pero este cementerio, el de mi pueblo, es llamativo. Desde niña lo he visitado haciéndole compañía a la abuela a saludar a sus padres muertos. Nunca entendí porqué ella pasaba  horas frente a sus tumbas diciendo algo para sus adentros, de vez en cuando le salían lágrimas, mientras tanto yo curioseaba por todos lados, leía nombres y miraba fechas, hurgaba por algunas tumbas semiabiertas. Y siempre con preguntas, muchas preguntas que hoy  no tienen respuesta, pero sí explicación. Allí vi escenas terribles, mucho llanto y para mí era agradable ver todo eso, asistir en lo complejo del hombre.
A los 4 años tuve un sueño con la muerte que aún recuerdo. Vivía en una finca y dormía en un cuarto pequeño, oscuro y encerrado, sola. Mi cama era alta. Esa noche veía que debajo de la cama salían y entraban un par de ataúdes negros, cerrados. Un movimiento constante como llevando el ritmo de una canción. Al día siguiente escuché una conversación donde decían que habían matado a dos vecinos, primos lejanos de mi madre y que me querían mucho, pasaban siempre por la casa a saludarme. También me enteré que fueron asesinados grotescamente.
Estas fotografías salieron de la última visita que hice al cementerio de Andes, había una misa por los muertos, donde parecían más muertos los que rezaban con sus rostros alargados y tristes.




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