domingo, 27 de diciembre de 2009

Pavo Real





Es una gran fortuna encontrarse aún animales tan sorprendentes como este pavo real. Después de verlo y fotografiarlo en Jardín, Ant, indagué por su procedencia y esto fue lo que me encontré.
El macho, provisto de un pico fuerte, su cabeza está cubierta de un plumaje azul brillante y coronada por un copete de plumas. El macho  alcanza una longitud de 2.2 m y un peso de hasta 5 kg: su plumaje de color azul iridiscente con reflejos verdosos es usado por el macho para defender su territorio y también como conseguir a la hembra para el apareo. Coberteras de hasta 2 m de longitud, que -al desplegarse- forman un majestuoso abanico tachonado por  ocelos en tonos dorado, azul y verde. La hembra en cambio tiene hasta 1 m de largo y 3 kg de peso. Su plumaje es ceniciento, blanco en el cuello y con reflejos verdes en el pecho. El penacho es pequeño, de color café.
Esta ave es originaria de las Indias, de donde la trajo Alejandro Magno de vuelta de sus conquistas a Babilonia donde murió. De aquí, se propagaron estas aves por la Persia y la Media y de estos reinos fue de donde los romanos las llevaron a Italia.
Los antiguos hacían mucho aprecio a la carne y huevos de estas aves. El orador Quinto Hortensio fue el primero que introdujo entre los romanos el gusto por la carne del pavo que hizo servir en un gran convite que dio cuando fue creado augur. Marco Antonio Luco fue el primero que discurrió hacerlas andar a manadas para engordarlas.



viernes, 18 de diciembre de 2009

Extraños en casa

Salía a la cuidad nocturna con la mera intención de recordar esos antiguos recorridos que hice apenas llegué a Medellín, unos seis años atrás. Entré a un bar con una amiga que conocí en la Universidad. Llegamos al Eslabón, en el centro, media cuadra arriba del parque del periodista y media cuadra abajo de la casa de mi amiga. Los martes hay orquesta en vivo, y no cae mal escuchar una orquesta de salsa en vivo y en el centro. Llegamos temprano por que el lugar es pequeño y se llena rápidom por lo menos para tener un lugar para sentarse. Rra una buena noche para olvidarlo todom tomarse unas cervezas y tener una buena conversa o escuchar las quejas del otro. Cuando llegamos ya estaba lleno y sólo había un par de sillas en la barra, las nuestras. No era un buen sitio, pues desde allí se hacían todas las filigencias para obtener una cerveza, un ron o cualquier trago. En unos pocos minutos el bar parecía una de esas avenidas de las grandes ciudades, atestada, iban, venían y sobre todo bailaban como podían. En frente mío tenía una gran imagen del Che, hombre que despertó grandes entusiasmos en mí y buenas revoluciones internas, la cual miré casi todo el rato que estuve allí. Cuando hablaba con mi amiga llegó Scott, un extrangero que me invita a bailar. Le dije que no sabía bailar y él en su mal español me dijo que me enseñaría. Se terminó aburriendo y fue a buscar otra pareja. Lo vi de lejos moviendo nada más que sus piernas y pensé en la falta de esa cadencia de los latinos, no sabía dónde tenía sus manos ni su cabeza.
Me la pasé mirando las dos mujeres que atendían en la barra entregando cervezas y recibiendo dinero, lo hacían con tanta naturalidad y rapidez que me sorprendí. Luego las acompañaba un hombre muy alegre, además que parecía de otra época. también estaba el mesero y pare de contar. eran 4 para cientos de borrachos, bailarines y sobre todo extrangeros que no se les entendía nada. Una hazaña para estos cuatro. el 99 por ciento del bar estaba invadido por gringos, españoles, ingleses y  me supongo que de otras muchas partes, todos borrachos y demostrando sus ganas hacias las chicas colombianas. Se nos metieron en el rancho, pensé, y había que hacer un esfuerzo sobrehumano para entenderles. Debedía de haber un cupo limitado para extrangeros en los bares. La orquesta, que nunca supe su nombre tocó poco tiempo, sonaba agradeble, pero no se veía nada.
Ya estábamos cansadas de tanta gente, calor, ruido y decidimos salir. Afuera no era distinto. La calle, otro bar y muchos más extrangeros. No es que sea xenofóbica, pero es que tantos cansa. Me acordaba de la ciudad antigua en Cartagena, todo caro hasta para nosotros que somos de ésta casa. Por su abundancia de dinero es que los de aquí aprivechan. Ellos muy divertidos embriagándose y conquistando las muchachas colombianas que por cierto a ellas también les encanta se seducida por un monito...

viernes, 11 de diciembre de 2009

EDGAR ALLAN POE





No es fácil ver a Poe por ahí en un teatro, ni mucho menos contando su vida.  Este es el intento que hace la fotógrafa Sandra Zea, al dirigir la biografía de Edgar Allan Poe. Es verdad que esta encarnación logra transmitir a ese Poe del siglo XIX, muestra ese rostro duro y atormentado, el actor lo siente de verdad. el asunto es que la obra no trasciende a ese Poe que conocemos, pero no va al caso, porque lo que aquí muestro es la fotografía.










Además que su cuervo lo acompañó esa noche, cuando en el teatro Hora 25, llegó Poe en un ataúd negro llevado por tres mujeres vestidas de blanco. Una ceremonia fúnebre donde en algún momento se levanta Poe y grita un poco de su vida.









-Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”-





viernes, 4 de diciembre de 2009

Retratos

El cuerpo es ese vínculo del hombre hacia el exterior. Por tal razón debe ser visto y disfrutado sin sentimiento de culpa y sin la carga moral que tanto nos ha rodeado durante siglos. Ahora, es indispensable buscar la belleza después de quitarnos todos los mantos, perseguirla como el fin último pues es la única manera de recuperar la inocencia perdida. Con la fotografía se logra. Era Lewis Carroll un gran fotógrafo que llevó este arte a su máxima expresión a tal punto de profesar la divinidad como filosofía personal. Es por eso que la fotografía se va adentrando en las vísceras del que se dedica a ella. Va llenando ese vacío que también logra la literatura, la música, la pintura, es decir, el arte. Se va transformando la mirada de la realidad.

Por ejemplo los rostros andinos, a los que les he dedicado algunas horas, tienen el encanto de reflejar serenidad, luz y la virtud de guardar su tragedia. Algunos llevan en sus ojos esa tierra que los vio nacer, pero todos tienen la mirada fresca y coqueta, esa que ni los años destruye.

Andes tiene a 5 kilómetros un resguardo indígena, Cristiana. De allí van al pueblo los domingos estos indígenas a comprar su mercado, igual que los campesinos. Y tiene uno el gusto de toparse con estos.


Aquí está Jairo Toro, poeta y alcohólico. Un enamorado de la vida y de las muchachas bonitas, pero no cree en ninguna del pueblo, a todas les dice que son bobas, llenas de nada. Está dispuesto a seguir la primera revolución que se le atraviese por el paso. Canoso, como le dicen, es amigo de Jairo en sus borracheras, hace mandados en el pueblo.





Y la reina de reinas. Esta bella mujer ha sido la única y verdadera reina del pueblo. Ella sí le hace sincera reverencia a esa corona que siempre lleva puesta.



Y estos otros rostros que están por ahí, dejándose ver en toda su esencia por una cámara.




miércoles, 2 de diciembre de 2009

Hombre sistema

El hombre de hoy es cada día más compatible con el sistema que con los otros de su especie. Aprende más fácil a manejar el computador que una conversación con otro que también puede hablar. Entregamos a nuestros niños a una pantalla para que no se sientan tan solos y tan aburridos mientras los grandes se comentan, a manera de chisme, sus tristes y desoladas rutinas. En estos días últimos el hombre se entrega al que lo resuelve todo por él: el sistema. Ese gran monstruo que se ha encargado de arruinar lo que tiene el humano de humano. Ahora es más difícil comprender al hombre y se vuelve tortuoso pensar en su existencia que está tirando por un abismo donde su único fin es el olvido, la desventura. La gran esperanza que nos queda a muchos es que ese sistema se vaya por el mismo abismo por el que caerá el hombre cuando ya todo se le salga de las manos y sea incontrolable. Víctima de su propio invento. Ahora los relojes marcan las horas con más afán, porque también saben a la velocidad que todo gira y seguramente estarán cansados de dar horas y horas y ver que todo empeora y los hombres están más meditabundos y ensimismados, no reaccionan, como muertos que respiran y eso que tampoco saben respirar.

martes, 24 de noviembre de 2009

Cisnes por doquier

¿Y si de la noche a la mañana las montañas se llenaran de cisnes y nada más que cisnes? Cisnes de todos los colores y tamaños y entonces los humanos sean cisnes…

Los cisnes. Una fotografía tomada a las 6:07 pm en Girardota.

martes, 17 de noviembre de 2009

Un cuento de Manuel Mejía Vallejo

Sombra desobediente



Yo, el solitario. Por lo menos tenía mi sombra: ni grande ni pequeña -a veces alargada, recogida a veces-; la que merecía, la exacta para mi soledad. Pero ocurren cosas extrañas al viajero y su sombra, aunque ya nos habíamos acostumbrado al pequeño misterio de cada día. Si caían a nuestro lado otras sombras, distinguíamos en ellas el ala o el cuerno o el rostro o el árbol, hasta la sombra del agua en algunos días, cuando la lluvia juega al sol y los pájaros sueñan entre ella aulas de juguete.

Cuando la mía se fue, pensé que regresaría con el primer sol de verano. Una tarde intentó volver, se arrimó a un árbol desconfiada, pero no pude separarla de la sombra del árbol. Otro día creí verla hacia el monte respirador; mis pasos, acostumbrados a ella, quisieron seguirla.

Fueron tantos los caminos andados. Debió extraviarse en uno de aquellos caminos. Nadie la conocerá como yo, nadie le mostrará tantos lugares, nadie entenderá mejor su fidelidad cuando el sol me la desprendía y así, fuera de mí, seguía el paso.

-¡Sombra!

Aunque la entiendo, duele su rebeldía. Será el invierno; las sombras se van con el sol, él las hace, su ausencia las destruye.

Ahora, más solo que nadie, que siempre, que nunca, más solo que la soledad, voy como un río. Únicamente el río no tiene sombra, el río: deben caer frescas las sombras en el vientre del agua.

-Se ahogaría en el río, mi sombra.


Manuel Mejía Vallejo
Las noches de la vigilia




unas fotografías en el parque de San Igancio

jueves, 12 de noviembre de 2009

Particularidad de muerte

Es la muerte la que habita en la noche estos lugares, los cementerios, y en el día está esa blancura que fastidia por su terrible palidez la ver algunos aposentos vacíos con el tamaño de un ser humano, porque se parece a un hombre pero es la muerte.
Algunos contienen nombres y fechas antiguas, pero de otros ni su nombre ni fecha se sabe, está el vacío y con la posibilidad de haber estado ocupado por un cuerpo inmóvil, solo posibilidad.
Se conserva, sin embargo, la tierra con sus cientos de cruces (de cruz) encima. Quiénes estarán ahí? Tampoco hay nombres, algunas están a punto de colapsar, otras ya lo están completamente, se rindieron a seguir en pie, firmes, haciéndole compañía al que algún día tuvo vida y nombre, y ahora es solo cuerpo muerto, luego huesos.
Y la fosa común cientos de huesos arrumados, el uno encima del otro, como si su destino fuera ese, cargar con los huesos del otro y ser de los tantos NN que han ocupado los cementerios de Colombia. Son sólo huesos renegridos, que antes estuvieron ligados y formaron un esqueleto. Es el ciclo natural.
En este cementerio, desde donde hablo, siguen pasando particularidades con la muerte. Esto que describo pertenece a la parte trasera del cementerio de Andes, mi pueblo, el que talvez guarde un espacio para mí. Quisiera estar en esa parte trasera, donde a los visitantes les da miedo arribar. Ya la muerte se encargará del resto. En esa parte de atrás, en toda la mitad de una manga, hay dos torres de lata, muy altas, de unos diez metros cada una -en honor a Gonzalo Arango- dice su fiel seguidor, Kale, del que seguramente Gonzalo se avergonzaría. Pero están ahí y tienen ya sus años. Se ven desde varios sitios del pueblo, significando para el mismo fiel seguidor -la nada-
El frente da una cara distinta. Nadie se imaginaría lo que podría pasar detrás. ¿Será por el temor que le tienen a la muerte que es bueno ocultárselas y ponerle una mejor cara? O ¿los de atrás no merecen mostrar su cara al pueblo porque su estrato no se lo permite?
Ahí pueden ver en la fotografía más exactamente de lo que les hablo.













martes, 3 de noviembre de 2009

Cédula de ciudadanía

Miraba fijamente mi “identificación personal” en esta República, que es la de Colombia (si es que todavía se le puede dar ese nombre tan bonito de República), y trataba de descifrar ese número de ocho dígitos, cinco de los cuales son el 1, luego una firma que hoy ha cambiado un poco, la de ahora es escurridiza, tambaleada aunque no pierda esa esencia de la otra, pues es la misma B. En la foto tengo una camisa del color que ahora no me pongo; el rojo. Ese rojo se fue sin decir nada, no volvió a asomarse por mis prendas de vestir, pero sí por algunos atardeceres, aves o flores. Llevo unos pendientes en las orejas que ahora no me pongo. Las de hoy las he dejado libres, sin esa costumbre que me impusieron desde niña sin yo poder elegir ¿acaso dejo de ser más o menos mujer por unos aretes? El cabello estaba más peinado que ahora, además esa línea que algunas nos hacemos para descubrirnos el rostro se ha corrido un poco para el costado izquierdo. El viento es el que se ha encargado de darle esta última forma. Cada cabello va y viene a su gusto. Y se conserva también la esencia; la misma sonrisa, los mismos ojos llenos de atardeceres. Después de medir mi huella ahora con la de hace seis años, la última se ha alargado un poco, ha pasado más páginas de libros y ha tratado de no ponerla en ninguna parte más para no seguir perteneciendo a un sistema que nada más sabe de nosotros por un número y una huella y hasta ni eso. No saben de nosotros. “Los compatriotas” nos llaman algunos con mucho orgullo, porque se quedan nada más en nombrarnos y en darnos importancia en las elecciones y para no dejarnos entrar a ninguna parte y nada de derechos si no lleva su identificación personal, la CEDULA DE CIUDADANIA. La fecha de nacimiento no ha cambiado ni el lugar ni el sexo. La estatura sí, y del grupo sanguíneo nada sé de él porque solo para esa vez me hice una prueba, no he comprobado esos resultados. Es posible que mi RH no sea ese y es posible que sí, algún día puede que salga de la duda. ¿Para qué servirá en la República de Colombia entonces esa identificación a la que le han cambiado tantas cosas y es posible que algunas sigan cambiando?

miércoles, 14 de octubre de 2009

Desde la misma ventana cantan los poetas

No es necesario salir de casa para encontrarse con los cientos de personajes que llevan algún rumbo, con solo mirar por la ventana los ves pasar y porqué no regalarles una fotografía.
Desde mi ventana en Buenos Aires los atardeceres brillan y se llenan de color, llenan el cielo de olor apocalíptico y atravesado por los cables. Las figuras humanas van de paso desfilando para mi cámara.


“Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos”. Pablo Neruda




“Ve, pensamiento,
Ve libre y vuela,
Como los vientos
Que el césped riega” Jorge Isaacs.



“Por estas asperezas se camina
De la inmortalidad al alto asiento,
Do nunca arriba quien de aquí declina” Garcilaso de la Vega



“Y, sin embargo,
Tanteando entre astros,
Mi mano
Acierta con la tuya
Y halla
Lo perdido” Elkin Restrepo



“Mas… ¡soy libre! Y ¿para qué?
Para enrostrarme e mí mismo
El caer a un hondo abismo
Que otro ha cavado a mi pie
Y renegar de la fe…” Rafael Pombo



“Tú que, mágicamente, ablandas los viejos huesos
Del borracho retardado hollado por los caballos,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!” Charles Baudelaire

viernes, 18 de septiembre de 2009

EN EL CAMPO




La infancia. Viene a mí ese recuerdo de la infancia.
Veo el campo donde viví mis primeros años,
Luego el pueblo y la casa de la abuela que me vieron crecer.
La abuela arreglando sus flores en el largo zaguán y yo al lado de ella,
Escuchando las maravillosas historias que le contaba a cada flor,
Hablaba de la luna, de su bella juventud,
de algunos hombres que la acortejaban y
De esos tacones que se ponía para bajar una loma y luego ir al parque.

Salir de casa fue el gran salto hacia mi interior,
Llegar a la ciudad y vivir dentro de ella ¡Que Osadía!
Caminar esas calles por donde hay muchos carros,
Y los árboles son menos verdes que los de mi campo,
Además hay que trabajar y sobrevivir,
Y sobre todo verme reflejada en ella, como otro ser más que la habita.

Desearía volver al campo, como en la infancia,
Sembrar plantas, trepar árboles y soñar,
Porque los sueños en el campo eran verdes y fabulosos.
Armar casitas de barro, ir de expedición por montañas,
Era posible un tesoro o una aventura.
Recogía algunas hojas que se le caían a los árboles para coleccionarlas,
O admirarlas como aún lo sigo haciendo.


viernes, 28 de agosto de 2009

Dulce azar

Todo empezó desde que la noche anterior estuve fisgoneando un par de gatos que se acortejaban en el prado de mi casa. Una hermosa felina blanca, con cola negra, le bailaba un tango a un gato negro, el cual la miraba inmóvil en su sitio lanzando unos maullidos al cielo, cantando al estilo Ray Charles y ella lo seguía con sensual voz, una Carmen McRae. Ese dueto, y duelo al mismo tiempo, me despertó. Era dulce y doloroso. Como la poesía y una batalla al mismo tiempo. Eran las dos de la mañana y la calle estaba sola y nada de ruido, excepto el de los gatos. La luz de lámpara, amarillenta, les reflejaba sus figuras en la hierba y la sombra del árbol parecía tragarlos. Estaban cerca de la ventana de mi casa. Los miré a través de la cortina sin que ellos se dieran cuenta, aparentemente. Luego me paré en la esquina donde está el vidrio quebrado y los miré perfectamente. Qué espectáculo. Alguien del segundo piso les tiró agua y ambos salieron para lados distintos como un par de rayos, y yo para la cama como otro rayo. Yo me asusté tanto cuando sentí el agua encima, que corrí igual que ellos. Estaba en el cuerpo de la gata. Corrí hasta le esquina a esconderme. Dejé de ser gata y estaba en la cama. Me he estado sintiendo como gato con cuerpo de mujer desde esa noche. En el día tomé vino y estuve escuchando jazz en los tejados, caminando por las calles, luego descansando en algún lecho y cazando algunos ratones. Hoy estuve tentando la suerte para ver si era gato. Cogí el par de dados que tengo en una mesita, les pregunto que si soy gato o mujer o que si es lo mismo. Me dicen que si tiro un par de 3, me dirán que son las tres cosas y me advierten que puedo lanzar los dados en tres veces. ¡Con alrededor de 150 posibilidades para lanzar tres veces! me arriesgo. Los froto en mi mano y pienso en un par de 3. Y la primera vez fallo, pero me cae un 4 y 1. Ese número es bien raro. No entendí porqué ese par de números. Lancé la segunda vez y cae un doble 5. Otro misterio. No he profundizado en los números entonces lacé la tercera vez sin pensar en más y es doble 3. Me asusto un poco, los dejo en su sitio. Salgo caminando por toda la casa, me escondo en todos los rincones, tomo algo y pienso en los techos…


Pintura de Franz Marc

jueves, 20 de agosto de 2009

Guardando el sol


Faltan unos veinte minutos para las dos de la tarde, en hora humana, en los relojes de la tristeza y la desesperación. Llueve fuerte. Unas gotas brillantes golpean el asfalto y su melodía atraviesa le ventana semiabierta. De vez en cuando el cielo grita con su grave voz. Ese también se entra al cuarto. Se sienta en el mueble que da frente a la ventana. Ese cielo es atrevido. Se ve la ciudad gris, algunos techos opacos se distinguen a la distancia. Es casi blanco. Es un lamento que no pueda ser del todo blanco. Sabemos ya las circunstancias contaminantes. Las calles brillan. La que está en frente de mi ventana, el agua baja como un río y los árboles aplauden su llegada. Hasta las paredes de las casas de los vecinos se mojan, se lavan ¿Así se lavarán sus almas los vecinos? ¿Así aplaudirán la llegada?

Todo se detiene, menos ese reloj triste que solo sabe dar la hora. Ya no pasan esos chicos en esas motos bullosas, los perros no ladran tan fuerte como si estuvieran poseídos por Satán. Sólo es la lluvia la que protagoniza la escena. Tengo en frente mío una flor marchita que recogí de la calle, pude verla caer del árbol, casi a mis pies. La recogí y la traje para mi cuarto, para que ese color rojo alumbrara mi alma, y le diera la energía y fuerza para estar. Ahí sigue. Al lado de unas verdes hojas de eucalipto azul, de esas que se le agregan a la aguapanela y sabe a menta. Y encima de ellas un separador que tiene la pintura de una mujer desnuda, se me parece a mí. La pintura es de Francisco Antonio Cano y se llama “La última gota” de 1908. Es un óleo sobre tela de 44x85 cms.

Sigue lloviendo, mientras escucho a Caetano Veloso. El pasto brilla. Las gotas hacen tambalear el cableado. Llueve más fuerte, con tanta intensidad que el cielo entró en éxtasis. Se filtra el agua por la ventana. Moja la Biblia que hay en la mesita, unas llaves y la lagartija amiga, llega hasta el mueble, ese que asiste conmigo los atardeceres. Como este, lluvioso, alegre y encantador. Desde Buenos Aires hace buena lluvia.
Algunos vecinos sacan sus planticas al balcón. Al mucho rato ellas se ven alegres, florecen y juegan con el viento. Disfrutan de su corta libertad. Irradian ese verdor de la tranquilidad. Ese que no se parece a ninguno y es todos a la vez.

Está escampando, todo parece volver a la normalidad. Empiezan a subir los carros por donde antes bajaba el río. Prenden sus equipos de sonido, abren las ventanas, entran las plantas y los niños gritan. La ventaja es que vuelven los pájaros a contrastar con los abundantes cables a llenarlos de un poco de armonía. El reloj sobrepasa las dos. Todo brilla. Es como si hubieran lavado el vidrio y se pudiera ver mejor. Algunas gotas se resisten a dejar de caer.

jueves, 11 de junio de 2009

Volver con el alma llena...

Desaparecer por un periodo de tiempo se vuelve fascinante. Y más si he desaparecido de mí misma. Hay una especie de ebullición interior, de caída abismal de la que tarde o temprano habrá que levantarse o por el contrario caer eternamente. Hay días de tristeza, otros de sospechosa alegría. Pero hay días. Estoy haciendo un viaje por algunas regiones de Antioquia y posiblemente saldré de Antioquia. Pero también es un viaje por algunas regiones del alma. Dejarla que ella vaya a su ritmo, verla alejada del cuerpo (cosa a la que no nos acostumbramos mucho). Ese viaje interior necesita más atención que ir con una maleta y conseguir algo de comer. Necesita dejar todo al desnudo y saborearlo sin ninguna barrera. Ahí es donde encuentro el verdadero gusto.
Y también es un gusto desplazarse y conocer la verdadera historia del país. Escuchar las marcas que ha dejado, y sigue dejando, la guerra en el corazón de nuestros campesinos. Andar cerca a la pobreza y al ocio. Cerca al crimen y al temor. Son momentos que se viven también en la ciudad, pero con menos contaminación y menos ruido.
Quiero invitarlos a viajar, a salir de la comodidad en que andamos todos los días. No hay seguridades, sin un invento. Es necesario abandonar el sistema y las cosas que nos privan de nuestra libertad. O tiene algún sentido hacer lo que se viene haciendo? No es mejor romper con las costumbres?
Amigos es una invitación de corazón.

lunes, 20 de abril de 2009

I

UNA RUTA CON REGRESO

“La vida es un viaje a pie”.
Fernando González
Primera imagen cuando empiezo a descender... El color gris de la ciudad


Caminando por la misma calle de siempre, un poco triste y pensando en lo que me espera más abajo...


Empieza el regreso a casa... una noche, donde donde el silencio es el protagonista


La cuidad se llena de tantos misterios que entrar en ella se convierte en una hazaña. No sabemos en verdad dónde empieza la ciudad. Ese sinnúmero de calles, carreras y nombres se alejan tanto de nuestra conciencia que hasta los ignoramos. Cada uno de los transeúntes anda en su burbuja cerrada, que les es difícil mirar a su alrededor.

Yo desde hace tiempo entré en la ciudad, tratando de leer todo eso que ella me entrega, de descifrar cada movimiento, ruido y parloteo que por ella merodea. Observo mis movimientos y los que por mis ojos pasan.

También desde hace tiempo voy caminando por lugares fijos. Uno de ellos es La Playa hasta llegar a Buenos aires, una calle que es famosa por sus alumbrados en diciembre y que tiene kilómetros de historia. Todos los días vago por esa avenida que ya es parte de mi rutina y de mi vida. Pero en realidad yo nada tengo que ver con ese mundo que allí existe, quizás desde hace décadas y que ahora apenas vengo a observar.

Cuando salgo de mi casa me preparo para esa travesía que me lleva unos 20 minutos, hasta llegar al centro. Primero debo bajar una loma no muy agradable que hasta cansa los dedos de mis pies. En este trayecto las casas son muy parecidas, habita el silencio y la soledad. Algunos vehículos rompen con éste encanto pero son fugaces como yo.

Por la misma vía me encuentro con la quebrada Santa Elena, en una parte más plana, donde empieza La Playa. Allí hay un puente que tiene una ruta para el barrio Enciso y otra para Buenos Aires. Algunos cuentan que en este lugar, en época de guerra urbana, no faltaba un muerto todos los días y los tiroteos eran aterradores. De ahí todo empieza a cambiar. Es una vida popular. Pasan los buses con una velocidad increíble. La calle es de doble vía y tan estrecha que los carros que pasan deben parar, así estos buses pueden andar a sus anchas, como sucede en toda la ciudad.

Las casas ya pierden su uniformidad, algunas averiadas, abiertas, con sus equipos de sonido a grandes volúmenes, los niños gritando y corriendo. Algunos vendedores ambulantes con sus carretadas de frutas y verduras, con sus parlantes que avisan qué llevan para vender.

Por ese mismo camino hay una compraventa de reciclaje. Grandes volquetas se estacionan en la acera impidiendo el paso de los que a diario circulamos por ahí. Ya estoy acostumbrada a ver caras conocidas y lo más seguro es que algunas de ellas también me reconocerán. Mi ritual para sobrellevar el camino, era prender un cigarrillo en determinado momento, agotarlo junto con mis pensamientos y observaciones. Es difícil, porque es él quien primero se vence. Ahora ya no llevo cigarro, pero unos ojos y oídos bien abiertos.

Yo simplemente voy de paso, ellos, los que allí viven, tienen su mundo estructurado. Yo simplemente hago una especie de cuento, donde soy la única creadora. Hay un lugar donde venden marihuana. Una especie de tienda. El aviso de esta tienda es de venta de conos, uno mira para adentro y hay una vitrina con algunas papitas en bolsa, un licor y eso es todo. Llegan los compradores y piden un armado, el que atiende se para frente a una reja y grita que un malboro, para despistar el enemigo.

Así transcurre el sendero, lleno de personajes, chatarra y perros. En cierto punto uno se da cuenta que ha llegado de nuevo a la ciudad. Unas edificaciones muy norteamericanas, pasajes arreglados y limpios (pura fachada). Más adelante está el Teatro Pablo Tobón Uribe, que sin lugar a dudas debe estar en perfecto estado, para aparentar el orden que reina en Medellín.

Y finalmente, el centro, donde la diversidad está plasmada, aunque haya personajes que jamás se atrevan a visitarlo. Por temor a ser atracados, ser vulnerados y todos los prejuicios existentes. A esto se le llama ciudad, porque todo está a la mano, es lugar de encuentro de todas las periferias. Puede ser verdad, pero la ciudad está en todas partes.

El regreso es todavía más tentador. Lo hago por la misma ruta, advirtiendo que hay otras que llevan al mismo lado. Pero por este lado me doy cuenta como cambia, como se transforma en un barrio que está a cinco minutos de la civilización. De esta forma huyo a los grandes edificios que lo único que logran es enfermarme del cuello. Para así meterme en una zona que todavía es muy pueblerina, donde todos se conocen y yo soy la extranjera. Con sus problemas económicos, logran fortalecer sus afectos y la encrucijada que cada día se vuelve más difícil y menos llevadera, como también sucede en la mayor parte de Medellín.

La Playa se ha convertido en mi patria, sin yo ser su ciudadana por la que ella tenga que custodiar. Llego al puente y ya mi preparación es para subir esa loma que pesa en las rodillas, pienso en mi casa lejana que anhelo, pero que el esfuerzo pronto me la entregará. Todo que sea por una causa justa.

domingo, 19 de abril de 2009

El color gris de la ciudad



Todos los días salgo a la ciudad. Me enfrento con esa pesadilla sin fin. Y sin embargo, esa belleza apocalíptica me impresiona. Me deja muda. Me incita a escribirla, fotografiarla, dibujarla, odiarla, quererla, olerla, hablarla. Esa ciudad que algunos llaman llaga, otros costra, otros puta, los de aquí desierto, los de más allá ruina, y yo simplemente le digo la oscura. Esa que esconde sus crímenes bajo la manga. La que vomita contaminación. La que está en eterna lucha con la naturaleza. La que nos aprisiona y nos cubre con sus muros y consigue sepultarnos allí, bajo sus pies. La misma que nos muestra una cruda realidad a la que no nos acostumbramos. Asesina. Violenta. Sangrienta. Sucia. Hambrienta. Triste. Solitaria. Vanidosa. Enferma. Ruidosa. Católica. Política. Económica. Clasicista. Loca. Afanosa. Hipócrita.
Cada vez que ando por las calles de Medellín, llego a casa con un sentimiento diferente. Algunas veces de odio al ver tanto sufrimiento, tanta venganza. Otras veces llego con una sonrisa que me generó un rostro y aún no lo olvido, o las palabras de tal personaje. Otras, llego perpleja con la gama de olores y colores que en una hora pude percibir. Porque me encontré con un viejo amigo. Y todas las veces llego con el rostro negro.
Todo ese sentimiento se verá reflejado en crónicas de la ciudad divididas por capítulos que aquí publicaré.
La imagen fue hecha en un momento de inspiración por esa ciudad soñada y que al mismo tiempo está perdida. Por ese color gris de la ciudad que se derrite.

jueves, 16 de abril de 2009

EL VIAJE


Rostros; talvez sea mi autoretrato en unos años.

las montañas andinas

El río San Juan. En este charco se bañaba Gonzalo Arango

“Hacer un viaje debería suponer siempre una experiencia, y solo es posible experimentar algo que merezca la pena en ambientes con los que uno tiene relaciones afectivas”. Herman Hesse. Decidir viajar es también ponerse la mano en el corazón y preguntarse porqué se viaja. Porqué este y no aquel lugar. Siempre hay un incentivo más allá de querer cambiar de aire, alejarse de lo cotidiano que se vuelven las calles de la ciudad, la búsqueda del descanso, el regreso satisfactorio, que al fin de cuentas es lo que todo ser humano quiere. Pero hay algo tan pequeño, que no está en todos los corazones y es alimentar el espíritu con los detalles, con lo poco explorado, con lo menos turístico y con las grandes sonrisas de los que sí respiran otro aire, ven otro verde, oyen otros cantos.
Esas relaciones afectivas de las que habla Hesse, las puedo llamar un presentimiento de tesoros escondidos. Esos que no pueden ver los que ponen el mapa del mundo en la pared y lanzan una flecha, y donde caiga allá irán. Es válido, cada cuál decide el motivo de su viaje, pero es ahí donde nacen los turistas. Esos que pisotean la grama, se comen las frutas, ensucian el agua, hacen lo que quieren con el dinero y deterioran el paisaje. Tesoros poco materiales y más sentimentales. Hesse insiste en que “no deberían quedarse embobados ante las montañas, los saltos de agua, las ciudades, pasando simplemente de largo junto a todo ello, como si se tratara de los efectos del decorado, sino que deberían aprender a reconocer cada cosa, en su lugar concreto, como algo necesario y orgánico, de donde vendría precisamente su belleza”.
Y es que viajar es un arte y bien misterioso. Más que buscar hoteles lujosos, conversar con gente famosa, está la posibilidad de habitar lugares nativos, fondas, visitar campesinos que te cuentan la historia bien contada, con los detalles necesarios para que se quede grabada en la memoria.
Los viajeros deben empacar en la maleta todo su romanticismo, el deseo de comprender lo peculiar y quitarse el traje de la estupidez.

Estas fotos son del viaje a Andes…


El cementerio, pero solo es fachada, por dentro es más hermoso, más apocalíptico

Otro rostro, de los que tanto abundan...

que tal que Gonzalo Arango viera esto?

martes, 31 de marzo de 2009

Esclavitud pagada



“Muchos economistas diferencian entre trabajo productivo y trabajo improductivo. El primero consiste en aquellos tipos de manipulaciones que producen utilidad mediante objetos. El trabajo improductivo, como el que desempeña un músico, es útil pero no incrementa la riqueza material de la comunidad”. Esto me lo encontré por ahí, como se encuentra uno con tantas cosas. Como todos los economistas, piensan nada más que en la riqueza material, es decir, en nada. Esa que tanto deteriora el sentimiento humano. Esa que se puede deslizar fácilmente de las manos del que la posee y caer en un abismo insalvable.
Desde que el hombre conoció la palabra trabajo, todo su interés por la vida se vició. Empezó a girar en torno a una ruleta sin sentido. Toda su alma se indignificó. ¿Cuál sería esa ambición que lo llevó a actuar de manera desmedida? Es sencillo. El dinero. Las necesidades. La oferta y la demanda.
¿Es eso lo que en verdad alimenta al hombre?
Una señora se levanta a las 5 de la mañana. Se baña. Ensucia su piel con miles de olores. Viste elegante traje. Tacones incómodos. Maquilla su rostro para ocultar su desgracia. Se come algo ligero para cuidar la línea. Llega al trabajo a las 8 de la mañana. Saluda de manera impersonal (porque no le interesa cómo están los otros). Y se sienta todo el día en su escritorio a recibir llamadas o a pegar sus ojos a una pantalla de computador. Se queja de esto o de aquello. Al medio día se acuerda que hay que almorzar. Come y averigua chismes (su alimento diario). Llega a su casa a las 7 de la noche. Cansada. No quiere comer nada (para ella mejor hacerse la olvidada con la comida) prende el televisor. Da un beso a sus hijos. Otro para el esposo. Y duerme. Algunas veces ronca. Sueña con el vestido de mañana. Esa es su rutina. ¿Dónde queda ella? ¿Cuándo piensa? ¿Cuándo camina para contemplar el paisaje? Nunca. Pero ella está feliz porque tiene su trabajo y su dinero. Su esposo y sus hijos. Su hogar y su belleza fingida. Y como la señora que acabo de describir (me perdonan los que se sientan identificados) está la mayoría de seres humanos. Pensando en banalidades. De aquí para allá. Dando brinquitos de satisfacción porque fue el mejor trabajador del día.
Hay que sobrevivir, es cierto, pero también hay que pensar. También hay que mirar el cielo. Leer un poema. Cantar una canción. No limitarse a la producción para otros que nos quieren convertir en sus esclavos.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Eterno asombro

La sorpresa parece haber sido devorada por la costumbre. El asombro que tanto caracterizaba a los niños se lo ha quitado el televisor, los videojuegos, la Internet. Ahora ellos creen que todo es “normal”, como me lo dijo hace poco un niño cuando le mostré ese pájaro, esas nubes, esos gusanos –normal, no le veo nada de raro-. Qué raro le va a ver, qué sentido tiene un animal para ellos cuando en los medios les muestran cadáveres, o la moda que deben lucir, o el último viedeojuego. Se pierde el asombro ante lo creado, ante el brillo humedecido de una hoja, ante el rocío, ante el contraste de los colores, parece que desapareciera ante el traqueteo de los días iguales, el paso del tren de las estaciones iguales, los fines de semana monótonos, el ruido encadenado de buses, pasos, gritos, ojos resbalando por pantallas, cafés, informes, idas y venidas de colegios rutinarios, regreso a las navidades, al cumpleaños –otro años más, te ponés vieja- -feliz navidad- -feliz año-…
¿Porqué se pierde el asombro como se pierde? Hay una costumbre, un hábito rumiante de consumir masticando lo nuevo, a veces triturando lo último, pero sin saber qué se come, tan voraces somos. Se consume y se consume, se viaja con sólo hacer un clic –ayer estuve en Alemania, mañana voy para Australia- ¿desde cuándo? La vuelta al mundo en menos de 8 días.
¿Y dónde quedan las preguntas? ¿el silencio? ¿la sorpresa? ¿la quietud?
Hace poco leía unas frases que decía Kafka paseando por las calles de Praga con su amigo Janouch. Decía Kafka: “la juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad”. Janouch le preguntó: “¿entonces la vejez excluye toda posibilidad de felicidad?”. Y Kafka le respondió: “no. La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece”.
Ese afán de belleza, de felicidad, del bien, de la verdad, es una manera de mantener al hombre alejado de sí mismo, pero llega el momento del cansancio, de la fatiga, del desconsuelo, y todo fue inútil.

domingo, 15 de marzo de 2009

Despedida desde la distancia

Hay despedidas que te dan algunas vueltitas interiores, otras que pasan y al rato se olvidan y otras que se quedan marcadas en algún punto frágil del cerebro. Quién sabe dónde. Pero sabés que ahí está ese recuerdo martillándote. Ayer C partió para Argentina. M y yo pensábamos llevarlo hasta el aeropuerto en Rionegro. A las 10 y 17 de la mañana recibí una llamada de C para confirmar el encuentro y luego tomar camino hacia el oriente antioqueño. Quedamos que a las 12 nos veíamos en la estación del Parque Berrío en el Metro. Era una mañana bastante calurosa. M y yo bajamos al centro, desde Buenos Aires (el barrio donde vivo, casualmente como la ciudad que se lleva a C), rapidito para vernos con C. Llegamos al lugar donde nos veríamos. C no estaba. Eran las 12 y 20. 20 minutos de retrazo. Para M, C se tardaría. Es su costumbre, llegar tarde. Pero yo pensaba que tal vez C no quisiera retrazar su viaje. Viaje que posiblemente será definitivo. Viaje que estaría esperando durante años. Viaje que no dejaría pasar. Lo esperamos por lo menos hasta la 1 y 30. C no llegó o se fue sin nosotros. Lo más terrible fue que nos tocó esperarlo en medio de la calamidad y el desbordamiento del ser humano que hay en ese parque (el de Berrío). Primero era sábado y segundo era quincena. Ni modo de fotografiar el lugar. Temíamos de perder la cámara. Así es en Medellín. El miedo es una capa que envuelve todos los rostros y los priva de la tranquilidad. El miedo se apodera de las almas y todo el que pasa a tu alrededor es sospechoso. Nos quedamos sentados en las escalas del Metro. Pasa una mujer con su abundante maquillaje, su falda muy corta y dos termos en las manos, vendiendo tinto. Pasa este o aquella que te roba la mirada. Porque hay algo en sus rostros (no soy retratista, pero soy periodista y observadora). El que se sienta a tu lado y te mira y se corre. La vejez está en la flor. Cientos de ancianos sentados por ahí, conversando de dinero, mujeres, trabajo. Algunos toman tinto. Otros recogen el periódico que hay en el suelo para ver qué pasa en la ciudad o quizá para entretenerse un rato, mientras pasa el tiempo. Es allí, en el centro, donde llega todo. Donde pasa de todo. Donde se conjugan pobreza, miseria, valentía, contaminación. Vimos como un ladrón le arrebata la cadena a un muchacho. Vi el rostro del ladrón convertirse en fiera en ataque. Como pasa con un tigre cuando agarra a su presa. Le jalonó la cadena y de un solo tirón la reventó. El otro (atracado) del susto, siguió y ni un gesto de venganza. Dejó que se llevaran su cadena, pero no su vida. Buena desición. Es mejor que se lo lleven todo. Nos quitan un peso de encima.
M y yo decidimos regresar a casa. Era un ambiente pesado. Subimos llenos de silencio y de cansancio. Compramos un vino para brindar en ausencia de C. Leímos algunos poemas en ausencia de C. Después todo será en ausencia de C (lo compramos argentino para darle sentido al amigo que este país se nos estaba llevando). Pero C estará consigo mismo. Conociendo y viviendo Argentina. Llenando su poesía de misterioso paisaje. Dejando que su cabello caiga y fecunde los lugares que pise. Paseándose del brazo de la mujer amada. Alimentándose con los recuerdos de Borges, Cortázar, Bioy Casares, Larreta, en fin y porqué no, bailando una Milonga.

En las fotografías se ilustra un poco lo que C significa para nosotros (la pandilla completa). Es el rostro de C el que está allí dos días antes de partir. C con la pandilla, la que tanto lo extrañará, yo estoy tomando la foto y M estaba a un lado. J había partido para su casa, consternado por los hechos del día (Un estudiante es asesinado en la Universidad donde todos estudiamos). La ciudad que vimos cuando nos devolvíamos sin la despedida de C, sin el abrazo de C. El vino que reemplazó a C y los poemas de Eugenio Montejo, Los Ausentes. Una despedida desde la distancia.




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