domingo, 27 de febrero de 2011

Un caso de olor

Hace unas semanas llevo las fosas nasales congestionadas y todo olor se me escapa. Resulta que hay una epidemia de gripa en la ciudad que a mí me parece alarmante y que nada se hace. Los niños no paran de moquear y como paso todo el día con ellos durante la semana pues yo tampoco paro de moquear y, para completar, siento que la capa de smog aumenta, los árboles se envejecen, es decir, que estamos en una ciudad cada vez menos habitable, talvez no sea buen negocio traer hijos a un lugar tan deplorable. Hoy domingo, gracias a que mi amado me dio bebidas de limoncillo, he sentido una mejora y por fin ha vuelto el olfato a mi cerebro. Mientras caminaba por el centro, contenta porque es el día donde se puede caminar y medio respirar el aire más o menos limpio, me sentí desgraciada, todo lo que llegaba a mis narices era un olor putrefacto de la ciudad. Los orines llegaban con más ímpetu, las basuras apestaban en cada esquina, las alcantarillas podridas, como deben estar algunas o muchas cabezas, emanaban una hediondez infernal.
Sentía que fácilmente y en cualquier momento todo podría estallar, todo rebosaría y naufragaríamos en nuestra misma basura, en nuestros desechos arrojados sin conciencia.

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