Preparar el alimento es sobrecogedor y trae infnita alegría. Casi todos los días voy a la cocina y con el amor y el sentido del arte me dispongo a inventar recetas, que al instante las olvido para que la próxima vez sea distinto, algo nuevo. Primero veo qué hay, y con lo que veo, inmediantamente se me ocurre algo muy colorido y sencillo. En una hora que invierto dando sabor a una mezcla de vegetales (que es lo que prefiero), es suficiente para adentrarme en mis laberintos y abismos, así lograr una limpieza en mi interior y una meditación profunda. Es un trance en el que entro, donde cualquier interrupción desequilibra todo y hasta puedo quebrar un pocillo de la manera más absurda (esto me sucedió ayer). No se qué tan peligrosa sea esta entrega total, lo que sí se es que el resultado es sorprendente, se nota que estoy allí completa en ese plato.
Acabo de leer un artículo sobre el hambre en Etiopía y me doy cuenta que somos bendecidos por la madre tierra. Mientras cocino, pienso en los que no tienen nada para comer y a ellos ofrezco el alimento para que llegue el momento en que puedan tener un bocado diario, sin sufrimiento. Porque el dolor de los que aguantan hambre, también es mi dolor, y más el de pueblos reprimidos, aislados y ultrajados por poderosos, como sucede en África.
Así, el alimento, que es parte esencial en el trascender del hombre, más que comerlo, es prepararlo. Agradeciendo a esa sabiduría de la tierra que nos regala tanto sabor, olor, color y sobre todo alegría. Los orientales me han enseñado el arte de vivir y vivir en el arte. Por eso cada obra que sale de mis manos es pensada como lo más grandey sincero.
Aquí les regalo unas fotos de una salida a caminar donde la belleza brota por todos lados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario