Este es mi amigo el Negro. Hace unos días falleció por causas venenosas. En la casa de la abuela hay un gallinero, donde las chuchas buscan a las gallinas para comérselas. La abuela tiene sus mañas para atraparlas y deshacerse de ellas (de las chuchas). Y hace poco había atrapado unas tres, que envenenó y el Negro, como todo gato inquieto, porque aún era joven, jugó con ellas hasta probar de ese veneno mortal que la abuela usó y que lo dejó agonizando unos tres o cuatro días.
Este sí que era un gato mimado. Mi madre le enseñó a ser goloso como ella. Tomaba mucha leche y comía pasteles, galletas y comida para perros. Porque sólo le gustaba la de perros. Era vegetariano, aunque le gustaba cazar pájaros y ratas, pero para divertirse un rato, porque no se las comía. Cuando yo iba de visita al pueblo, siempre buscaba mis piernas y mis caricias y hasta le leía, en voz alta, algunos poemas de León de Greiff, yo se que a él le gustaban.
La abuela no gustaba mucho de él. Pero apenas murió le hizo falta y lamentó su muerte.
No gustaba de la calle. Prefería estar en casa, porque se sentía como en el campo, y además tenía un gran techo para recorrer. Todos en la familia querían el gato, hasta mi madre que pocas mascotas ha tenido y no es que simpatice mucho con ellas. Pero con el Negro era distinto. Era uno de esos seres que uno no puede pasar por alto. La casa se adornaba con el Negro y donde se paraba hacía contraste con ese color rojo de los zócalos y las puertas.
Del negro quedan estas fotografías que le tomé en varias ocasiones. También le gustaba posar para las fotos. Ponía su mejor cara. Murió teniendo tan solo dos años.
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