UNA RUTA CON REGRESO
“La vida es un viaje a pie”.
Fernando González
Primera imagen cuando empiezo a descender... El color gris de la ciudad
Caminando por la misma calle de siempre, un poco triste y pensando en lo que me espera más abajo...
Empieza el regreso a casa... una noche, donde donde el silencio es el protagonista
La cuidad se llena de tantos misterios que entrar en ella se convierte en una hazaña. No sabemos en verdad dónde empieza la ciudad. Ese sinnúmero de calles, carreras y nombres se alejan tanto de nuestra conciencia que hasta los ignoramos. Cada uno de los transeúntes anda en su burbuja cerrada, que les es difícil mirar a su alrededor.
Yo desde hace tiempo entré en la ciudad, tratando de leer todo eso que ella me entrega, de descifrar cada movimiento, ruido y parloteo que por ella merodea. Observo mis movimientos y los que por mis ojos pasan.
También desde hace tiempo voy caminando por lugares fijos. Uno de ellos es La Playa hasta llegar a Buenos aires, una calle que es famosa por sus alumbrados en diciembre y que tiene kilómetros de historia. Todos los días vago por esa avenida que ya es parte de mi rutina y de mi vida. Pero en realidad yo nada tengo que ver con ese mundo que allí existe, quizás desde hace décadas y que ahora apenas vengo a observar.
Cuando salgo de mi casa me preparo para esa travesía que me lleva unos 20 minutos, hasta llegar al centro. Primero debo bajar una loma no muy agradable que hasta cansa los dedos de mis pies. En este trayecto las casas son muy parecidas, habita el silencio y la soledad. Algunos vehículos rompen con éste encanto pero son fugaces como yo.
Por la misma vía me encuentro con la quebrada Santa Elena, en una parte más plana, donde empieza La Playa. Allí hay un puente que tiene una ruta para el barrio Enciso y otra para Buenos Aires. Algunos cuentan que en este lugar, en época de guerra urbana, no faltaba un muerto todos los días y los tiroteos eran aterradores. De ahí todo empieza a cambiar. Es una vida popular. Pasan los buses con una velocidad increíble. La calle es de doble vía y tan estrecha que los carros que pasan deben parar, así estos buses pueden andar a sus anchas, como sucede en toda la ciudad.
Las casas ya pierden su uniformidad, algunas averiadas, abiertas, con sus equipos de sonido a grandes volúmenes, los niños gritando y corriendo. Algunos vendedores ambulantes con sus carretadas de frutas y verduras, con sus parlantes que avisan qué llevan para vender.
Por ese mismo camino hay una compraventa de reciclaje. Grandes volquetas se estacionan en la acera impidiendo el paso de los que a diario circulamos por ahí. Ya estoy acostumbrada a ver caras conocidas y lo más seguro es que algunas de ellas también me reconocerán. Mi ritual para sobrellevar el camino, era prender un cigarrillo en determinado momento, agotarlo junto con mis pensamientos y observaciones. Es difícil, porque es él quien primero se vence. Ahora ya no llevo cigarro, pero unos ojos y oídos bien abiertos.
Yo simplemente voy de paso, ellos, los que allí viven, tienen su mundo estructurado. Yo simplemente hago una especie de cuento, donde soy la única creadora. Hay un lugar donde venden marihuana. Una especie de tienda. El aviso de esta tienda es de venta de conos, uno mira para adentro y hay una vitrina con algunas papitas en bolsa, un licor y eso es todo. Llegan los compradores y piden un armado, el que atiende se para frente a una reja y grita que un malboro, para despistar el enemigo.
Así transcurre el sendero, lleno de personajes, chatarra y perros. En cierto punto uno se da cuenta que ha llegado de nuevo a la ciudad. Unas edificaciones muy norteamericanas, pasajes arreglados y limpios (pura fachada). Más adelante está el Teatro Pablo Tobón Uribe, que sin lugar a dudas debe estar en perfecto estado, para aparentar el orden que reina en Medellín.
Y finalmente, el centro, donde la diversidad está plasmada, aunque haya personajes que jamás se atrevan a visitarlo. Por temor a ser atracados, ser vulnerados y todos los prejuicios existentes. A esto se le llama ciudad, porque todo está a la mano, es lugar de encuentro de todas las periferias. Puede ser verdad, pero la ciudad está en todas partes.
El regreso es todavía más tentador. Lo hago por la misma ruta, advirtiendo que hay otras que llevan al mismo lado. Pero por este lado me doy cuenta como cambia, como se transforma en un barrio que está a cinco minutos de la civilización. De esta forma huyo a los grandes edificios que lo único que logran es enfermarme del cuello. Para así meterme en una zona que todavía es muy pueblerina, donde todos se conocen y yo soy la extranjera. Con sus problemas económicos, logran fortalecer sus afectos y la encrucijada que cada día se vuelve más difícil y menos llevadera, como también sucede en la mayor parte de Medellín.
La Playa se ha convertido en mi patria, sin yo ser su ciudadana por la que ella tenga que custodiar. Llego al puente y ya mi preparación es para subir esa loma que pesa en las rodillas, pienso en mi casa lejana que anhelo, pero que el esfuerzo pronto me la entregará. Todo que sea por una causa justa.
7 comentarios:
Yo soy de esos que no baja -¿ o sube?- al centro porque le da miedo que lo atraquen. Pero tenes razón bibiana, la ciudad esta en todas partes,hasta en mi cabeza. Y seguro aqui, en este centro enredado y peludo, tambien atracan.
Me ha gustado lo que ha escrito, y me identifico mucho con lo que dece. la ciudad vive convive con nosotros, los citadinos, como vos, errantes, poeticos y curiosos. la conozco poco, pero lo suficiente para saber que usted es maravillosa, se le digo el tomo de amistad. continùa escribiendo.
un saludo
z.
Se mu este chuzo o q? no que crisis tan brava, hasta los blogs limitan su produccion!!
Por ahora las palabras huyen, buscan otro refugio...
pero no es de alarmar, ellas llegará por sí solas, además la criris mundial nos está afectando
No jodás Bibiana... eso son excusas. Actualizá o seguile el ejemplo a tu novio y tus amiguitos de G...
jajajajajaja no bibi, no caigas tu tambien en geniales soberbias.
Al irte leyendo fui recorriendo la misma Av. La Playa que tu
Un saludo
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