martes, 17 de noviembre de 2009

Un cuento de Manuel Mejía Vallejo

Sombra desobediente



Yo, el solitario. Por lo menos tenía mi sombra: ni grande ni pequeña -a veces alargada, recogida a veces-; la que merecía, la exacta para mi soledad. Pero ocurren cosas extrañas al viajero y su sombra, aunque ya nos habíamos acostumbrado al pequeño misterio de cada día. Si caían a nuestro lado otras sombras, distinguíamos en ellas el ala o el cuerno o el rostro o el árbol, hasta la sombra del agua en algunos días, cuando la lluvia juega al sol y los pájaros sueñan entre ella aulas de juguete.

Cuando la mía se fue, pensé que regresaría con el primer sol de verano. Una tarde intentó volver, se arrimó a un árbol desconfiada, pero no pude separarla de la sombra del árbol. Otro día creí verla hacia el monte respirador; mis pasos, acostumbrados a ella, quisieron seguirla.

Fueron tantos los caminos andados. Debió extraviarse en uno de aquellos caminos. Nadie la conocerá como yo, nadie le mostrará tantos lugares, nadie entenderá mejor su fidelidad cuando el sol me la desprendía y así, fuera de mí, seguía el paso.

-¡Sombra!

Aunque la entiendo, duele su rebeldía. Será el invierno; las sombras se van con el sol, él las hace, su ausencia las destruye.

Ahora, más solo que nadie, que siempre, que nunca, más solo que la soledad, voy como un río. Únicamente el río no tiene sombra, el río: deben caer frescas las sombras en el vientre del agua.

-Se ahogaría en el río, mi sombra.


Manuel Mejía Vallejo
Las noches de la vigilia




unas fotografías en el parque de San Igancio

1 comentario:

Juan Camilo dijo...

muy sugestivo. sujestivo. sujesto.

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