Hace días no caminaba por la ciudad. Está bastante florecida. Los cámbulos están en su esplendor. Los cielos son rojos. Sin embargo, las quebradas cada vez más sucias, el río más fétido. La velocidad de la vida se acelera, todos con un afán, un temor, las cabezas gachas.
Presencié un momento que me aclaró toda esta situación. Estando en Manrique escucho el canto de dos aves en la terraza de un edificio. Como mi oído escucha hasta el caer de una hoja, pues salí a ver qué pasaba. Y ¡oh! sorpresa, dos aguiluchos negros (Buteo albonotatus) rondaban a las palomas buscando su presa. No vi el momento en que atraparan alguna, porque las palomas asustadas con esto seres tan grandes, volaron al escondite más cercano. El cielo se revoloteaba. Los aguiluchos, al parecer, bajaban del parque Arví, porque iban descendiendo poco a poco. Quiere decir que arriba, en la reserva, la cosa no está muy bien. Se está acabando el alimento para estas especies que mantienen el equilibrio en los ecosistemas. Los árboles nativos están siendo talados a gran velocidad. Pronto no encontraremos más estos bellos aguiluchos, que habitan desde el sur de Estados Unidos hasta Bolivia, Paraguay y Brasil, por estas zonas. El plumaje es casi todo negro, excepto las últimas plumas debajo de las alas, que son blancas, las patas amarillas y un pico amarillo con la punta negra.
Aquí en la ciudad abundan las palomas y las tórtolas, tal vez la mejor presa en estos tiempos para los aguiluchos, es decir, aves muy inteligentes que llegan a la ciudad desplazadas de los bosques. Cuando se acaben las palomas, empezarán a sacarle los ojos a los humanos, igual, estos últimos, no ven el daño que han causado en esta gran reserva.
Les dejo unas fotos que logré tomar de los aguiluchos. faltaban diez minutos para las seis de la tarde, una hora en que la luz es difícil para la fotografía, pero fácil para la caza que emprenden estas aves.
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