Salía a la cuidad nocturna con la mera intención de recordar esos antiguos recorridos que hice apenas llegué a Medellín, unos seis años atrás. Entré a un bar con una amiga que conocí en la Universidad. Llegamos al Eslabón, en el centro, media cuadra arriba del parque del periodista y media cuadra abajo de la casa de mi amiga. Los martes hay orquesta en vivo, y no cae mal escuchar una orquesta de salsa en vivo y en el centro. Llegamos temprano por que el lugar es pequeño y se llena rápidom por lo menos para tener un lugar para sentarse. Rra una buena noche para olvidarlo todom tomarse unas cervezas y tener una buena conversa o escuchar las quejas del otro. Cuando llegamos ya estaba lleno y sólo había un par de sillas en la barra, las nuestras. No era un buen sitio, pues desde allí se hacían todas las filigencias para obtener una cerveza, un ron o cualquier trago. En unos pocos minutos el bar parecía una de esas avenidas de las grandes ciudades, atestada, iban, venían y sobre todo bailaban como podían. En frente mío tenía una gran imagen del Che, hombre que despertó grandes entusiasmos en mí y buenas revoluciones internas, la cual miré casi todo el rato que estuve allí. Cuando hablaba con mi amiga llegó Scott, un extrangero que me invita a bailar. Le dije que no sabía bailar y él en su mal español me dijo que me enseñaría. Se terminó aburriendo y fue a buscar otra pareja. Lo vi de lejos moviendo nada más que sus piernas y pensé en la falta de esa cadencia de los latinos, no sabía dónde tenía sus manos ni su cabeza.
Me la pasé mirando las dos mujeres que atendían en la barra entregando cervezas y recibiendo dinero, lo hacían con tanta naturalidad y rapidez que me sorprendí. Luego las acompañaba un hombre muy alegre, además que parecía de otra época. también estaba el mesero y pare de contar. eran 4 para cientos de borrachos, bailarines y sobre todo extrangeros que no se les entendía nada. Una hazaña para estos cuatro. el 99 por ciento del bar estaba invadido por gringos, españoles, ingleses y me supongo que de otras muchas partes, todos borrachos y demostrando sus ganas hacias las chicas colombianas. Se nos metieron en el rancho, pensé, y había que hacer un esfuerzo sobrehumano para entenderles. Debedía de haber un cupo limitado para extrangeros en los bares. La orquesta, que nunca supe su nombre tocó poco tiempo, sonaba agradeble, pero no se veía nada.
Ya estábamos cansadas de tanta gente, calor, ruido y decidimos salir. Afuera no era distinto. La calle, otro bar y muchos más extrangeros. No es que sea xenofóbica, pero es que tantos cansa. Me acordaba de la ciudad antigua en Cartagena, todo caro hasta para nosotros que somos de ésta casa. Por su abundancia de dinero es que los de aquí aprivechan. Ellos muy divertidos embriagándose y conquistando las muchachas colombianas que por cierto a ellas también les encanta se seducida por un monito...
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